Black Friday: consumir con cabeza
Como todos los años, llega el mes de noviembre, y con él, una incesante y martilleante publicidad que nos anima e incita a comprar, comprar y comprar. El llamado Viernes Negro, en inglés Black Friday, es el día en que las grandes superficies lanzan agresivas ofertas sobre multitud de productos de ropa, electrodomésticos y tecnología, tanto en tiendas físicas como en la red. El término «black» se traduce como «negro», y se refiere a que las cuentas de las tiendas cambian de estar en números rojos a negros, gracias al superávit por la venta generada en un solo día.
Este día de compras impulsivas nació en Estados Unidos, un día después de Acción de Gracias. En este país, en el año 2013, 114 millones de personas compraron durante el llamado «Viernes Negro», alcanzando un volumen de venta de 57.400 millones de dólares, y en la red llegando a 1.200 millones de dólares.
En España, también está calando fuerte este día de compras alocadas. Las tiendas comprueban cada vez más, que hay mucha gente que le seduce comprar aunque no se necesite realmente lo adquirido, aunque no es comparable a Estados Unidos.
Y aquí, debemos parar… y pensar.
¿Es realmente necesario el Black Friday? ¿A quién beneficia el Viernes Negro?
¿Debemos consumir de manera inconsciente atraídos por grandes descuentos?
Cuando compramos, ¿realmente necesitamos lo adquirido?
Sin duda, son preguntas que necesitan respuesta. Una respuesta con sentido, con responsabilidad.
Consumo Responsable
El consumo responsable nos afecta a todos y a todas. Debemos entender que cada uno de nosotros tiene un poder individual que es necesario saber utilizar cuando compramos. Dicen que comprar es un acto político, cívico y moral, parecido a votar. Un acto que lleva intrínseco una responsabilidad individual y colectiva. Y es que cuando compramos, estamos eligiendo qué tipo de productos quiero, cómo quiero que se produzcan, quién quiero que los fabrique, y dónde quiero que se hagan. Nada más, y nada menos.
No es lo mismo, que un producto se fabrique en Vietnam o Thailandia, que en Francia o en Alemania. Ya que la legislación será muy distinta y por lo tanto, los derechos de los trabajadores variarán ostensiblemente, así como la sostenibilidad medioambiental. Por esto, debemos fijarnos en la etiqueta de lo que compramos. La etiqueta de algunos productos textiles es como el DNI del producto que compramos, en ella podremos leer el lugar de fabricación (made in..), la composición (algodón, polyester, lycra, etc), el porcentaje de los materiales utilizados (80% algodón, 10% polyester, 10% lycra) y la empresa que vende el producto, así como las normas de lavado.
Pero, en muchos casos, obvian otra información importante para el consumidor responsable:
a) Hay 21 millones de personas en todo el mundo que trabajan en condiciones de trabajo forzoso en las diversas formas que adopta la esclavitud moderna, como la servidumbre por deudas. El textil y el trabajo agrícola son los dos sectores en que esta explotación extrema está más generalizada.
b) Producir unos vaqueros requiere casi 7.000 litros de agua.
c) India, Uzbekistán, China, Bangladesh, Thailandia y Pakistán son los países en los que hay una mayor presencia de menores a lo largo de la cadena de producción del textil.
d) Muerte y confección son un binomio frecuente por las pésimas condiciones de los talleres textiles. Un edificio conocido como Rana Plaza, que alojaba cuatro fábricas de ropa en Bangladesh, se derrumbó en 2013 causando 1.130 víctimas mortales y nmás de 1.500 personas heridas.
Por este motivo, debemos ser conscientes de las injustas realidades que esconde gran parte del textil convencional. Pero hay alternativa, elegir Comercio Justo, porque representa una opción que no solo garantiza unos ingresos adecuados a los trabajadores y trabajadoras, sino que aporta muchos más beneficios a nivel individual, social y medioambiental.