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Crónicas abanquinas 10: Un jueves en la vida abanquina de Pablo

6:30 am. El sol hace ya media hora que salió. El despertador me destierra de mi sueño, si es que antes no lo han hecho ya las señoras de la limpieza, o los perros del parque, o un camión al ralentí, o… el caso es que me levanto, me aseo y me cubro la cara con filtro solar. Hacia las 6:55 salgo del CEBE (Centro de Enseñanza Básica Especial, o Centro para el Enclave de una Base Estratégica) hacia la comunidad de los hermanos, dispuesto a desayunar. Sobre las 7:45 empieza la jornada “laboral”. Hoy es jueves, y en principio sólo tendría actividad en el CEBE de 8 a 9:30 y posteriormente apoyo en el aula de matemática de 9:40 a 11:20 con Primero de Secundaria, con el profesor Tony Huamán.  

Sin embargo, hoy los alumnos del CEBE tienen excursión por la tarde al Mirador de San Antonio para volar cometas por el cielo, por lo que no hay clases por la mañana. En ese caso, aprovecho para adelantar algo de mi trabajo en la UPV y así disminuir algo mi cargo de conciencia por haber dejado “empantanados” a mis compañeros de despacho con una propuesta de proyecto de I+D+i…

9:40 am. Llega la hora de clase con el profesor Huamán (que no Ahúman). Hoy toca explicar la divisibilidad de los números enteros y algunos criterios para saber si un número es divisible por 2, por 3, etc. La clase consta de una sesión teórica a base de clases magistrales salpicadas de ejercicios prácticos para afianzar los conocimientos impartidos.  Normalmente es el profesor de matemáticas quien imparte la teoría, si bien de vez en cuando me pide que explique o amplíe algún tema en concreto. En este día, me pidió que explicase los criterios de divisibilidad. Para la parte de los ejercicios, los alumnos cuentan con unos cuadernillos que refuerzan los conocimientos teóricos mediante ejemplos y problemas. Ahí mi principal misión consiste en ayudar al profesor a explicar y resolver las dudas de los alumnos. La resolución de estos cuadernillos ocupa más o menos la mitad de la clase, que es de hora y media.

11:30 am. Tras haber finalizado  mi colaboración en clase de matemáticas, y puesto que las actividades en el CEBE terminan a las 12:00, decido disponer libremente del resto de la mañana. Normalmente dedico estos «tiempos muertos» a investigar y conocer lugares de la ciudad. Me habían hablado de la existencia de unas piscinas y quería ver cómo eran y si era factible nadar un poco… Cerca del colegio se encuentran tres piscinas, las tres de ellas abiertas, sin climatizar y enfocadas a un uso más bien recreativo. Como era de esperar, un jueves a mediodía solo estaba abierta una de las tres. La entrada costaba 4 soles. Era un precio razonable, pero el hecho de que se me hubiese olvidado la crema solar unido a que en la piscina no había mucha gente con la cual me sintiera identificado ni motivado a interactuar, hizo que me decantase por explorar las afueras de la ciudad cercanas al río. Dicha exploración se alargó hasta la 1:35 pm aproximadamente, hora en que tomé una «combi» (especie de minibus en el que caben unas 14 personas sentadas y tantas personas de pie como recorrido admita la suspensión del vehículo) de vuelta al colegio, por un módico precio de un sol.

4:00 pm. Tras haber descansado un poco, me dirijo de nuevo al aula de matemáticas para dar clases de refuerzo a los alumnos que voluntariamente desean acudir. Los lunes y miércoles doy repaso a los alumnos de 1º, 3º y 5º de secundaria, mientras que los martes y jueves doy repaso a 2º y 4º de secundaria. Los horarios son de 4 a 5:30, de 5:30 a 7 y de 7 a 8. Como hoy es jueves, he dado clase a unos alumnos de 2º. Estas clase normalmente las dedico a repasar conceptos teóricos que no hayan quedado claros, y posteriormente a explicar las «tareas domiciliarias» o deberes para casa. Normalmente suelen venir de dos a seis alumnos por curso.

5:30 pm. Acaban los alumnos de 2º y en teoría deberían venir los de 4º. Sin embargo, por allí no aparece nadie. Por suerte, para estos casos siempre hay un «plan B», que varía según el día y la semana. En este caso, resulta que los alumnos de 5º curso se presentaban a un concurso de robótica en el cual tenían que construir un robot con piezas de lego. La temática era medioambiental, y los alumnos habían decidido realizar una especie de grúa de orugas que recogiese elementos con unas pinzas y los depositase en una tolva, para su posterior transporte a vertedero. Por alguna razón que todavía desconozco, la profesora encargada de este proyecto era la «Miss» (título que reciben aquí las profes) de inglés, que me pidió «por favorcito» que ayudara a los alumnos. El caso es que nos pusimos a retocar la susodicha máquina y la dejamos suficientemente adecentada como para que al siguiente día, nuestro grupo de estudiantes se llevase el primer premio a nivel local y pasasen a la siguiente fase. Eso sí, pieza a pieza, se me hicieron casi las 9.

9:05 pm. Mis compañeros hacía ya rato que estaban concentrados en asuntos relacionados con la ingestión de alimentos… me uní a ellos y acabamos de cenar. Normalmente, mientras que la comida la preparara una señora contratada por la comunidad de hermanos, las cenas corren a nuestro cargo, aunque normalmente aprovechamos las sobras de la comida, a las cuales incorporamos algo de fiambre o embutido. Tras esto, y hasta la inminente hora de irse a dormir, dedicamos el tiempo a ver la tele o a jugar a las cartas (preferentemente al «Uno roboto», hasta que el cacharro se resetea por sí solo). Así acaba un jueves en Abancay.

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